Mañana no empieza nada. La vida es un ciclo, un fluir continuo, un río que parece estancado, pero cuyas aguas no cesan de correr, pasan sin hacer ruido, casi a traición. Por eso la humanidad inventó una manera de dividir el tiempo, de hacerlo trocitos controlables e inteligibles (tenemos una mente demasiado pequeña para asimilar la eternidad), y fue así como se inventaron los relojes y los calendarios.
Yo encuentro cierta similitud entre la escritura y el tiempo: Los almanaques son libros en los que no se cuentan cuentos, sino días.
Así, podríamos decir que los segundos son acentos. Al ser tan pequeños hay quien los tiene en cuenta y hay quien no. Dan cierto glamour. Sólo se expresan en segundos los científicos y los astrónomos, el resto de la gente suele omitirlos. De igual forma, los acentos son muy tenidos en cuenta por los lingüistas, pero para los camioneros son totalmente prescindibles.
Los minutos son letras que al unirse forman palabras (léase horas) y así se va construyendo el texto y la vida: frase a frase, día a día.
Cada mes forma un párrafo y es conveniente poner un punto y aparte para que nos quede un texto claro y bien estructurado.
Al llegar a fin de año entendemos que hemos acabado un capítulo de esta novela-vida, así que pasamos página y volvemos a contar: otro minuto, otro día, otro año.
Pero lo bonito de la vida es cuando uno se olvida del reloj y adquiere una manera propia de medir el tiempo. Es el caso de los enamorados, que siguen el tictac que les marca su propio corazón. La vida entonces ya se cuenta por unidades de amor tuyo (1).
Según el calendario por el que nos regimos en esta parte del planeta, mañana entramos en el año 2000, y yo no me acostumbro. El 2000 me sigue sonando a peli del espacio y pistolas láser. Pero quizá es buen momento para reflexionar sobre lo escrito (o vivido) hasta ahora. Con treinta y tantos “capítulos” a las espaldas, antes de pasar la hoja el 31 de diciembre uno puede escribir: “Fin de la primera parte”, y preguntarse si la botella está medio llena o medio vacía. Encender un cigarrillo y fumar pausadamente, como un artista ante un cuadro en plena creación, estudiando la geometría de la obra y si la combinación de colores es adecuada (aún es posible rectificar, si es que la vida nos deja).
Quizá sea aconsejable hacer esta pausa antes de continuar, y digo continuar porque mañana no empieza nada. El agua no ha dejado de correr a pesar de que nos propongan tirar la casa por la ventana, aunque nos impongan hacer un “reset” en nuestras vidas, aunque hoy tengamos que pasarlo bomba obligatoriamente. Todo seguirá igual o casi igual aunque esta noche ingenuas muchachas se emborrachen con champán y estrenen braguitas rojas, aunque tengamos grandes propósitos de enmienda y mandemos una limosna al telemaratón. El agua seguirá corriendo tal y como lo hacía antes:
Los telediarios abrirán con los mismos titulares de siempre: la política, la bolsa, la guerra, el fútbol. Los novios seguirán aprovechando la oscuridad del cine para besarse. Seguirá habiendo mujeres y hombres buenos, dando una esperanza a la humanidad. Los perros ladrarán a la luna hasta quedar exhaustos. Las llaves agujerearán los bolsillos de los pantalones, preferiblemente los de los yonkis (los yonkis siempre pierden las llaves). Los amantes se verán en secreto y buscarán una dudosa intimidad en calles periféricas. Y habrá ratitos de risa y habrá ratitos de llanto y no nos faltará la llamada de un amigo por nuestro cumpleaños. Y un hombre gris se planteará de repente que tal vez no sea tan malo hacer trampas a las cartas, y un día volverá agotado del trabajo, después de traicionar, por un fruto que apenas le convence (2). Quinceañeras lacias enamorarán a los conserjes; y el Gobernador Civil, al menos de momento, tendrá que seguir mirando bajo su coche cada mañana, porque con tender la mano no basta, hay que estrecharla. Los enamorados seguirán contando el tiempo a su manera y llegarán tarde a casa. Las beatas desatarán sus lenguas y pondrán verdes a las chicas yeyés del barrio. Y nos pondremos tristes al mirar las fotografías y vernos tan alegres en el pasado (las fotos conservan la alegría, nosotros no). Las camareras seguirán flirteando con los clientes: hombres solitarios que se refugian en el coñac. El alcohol proporciona una forma de energía que suele identificarse con la alegría, aunque, por supuesto, no es la alegría (3). Y todos alzaremos nuestras copas, sosteniendo así también en alto la esperanza, pero inmersos en ese júbilo ficticio, intentando olvidar tristezas propias y ajenas.
Y mañana, cuando acabe la Gran Fiesta del Milenio y las muchachas vuelvan a casa, ya de madrugada, verán a un yonki sentado junto al portal (sin llaves y exhausto), porque cuando duerman los perros, los yonkis seguirán ladrándole a la luna.
(1) Jaime Gil de Biedma - Las personas del verbo
(2) Luis García Montero - Completamente Viernes
(3) Miguel Delibes - Señora de rojo sobre fondo gris
Yo encuentro cierta similitud entre la escritura y el tiempo: Los almanaques son libros en los que no se cuentan cuentos, sino días.
Así, podríamos decir que los segundos son acentos. Al ser tan pequeños hay quien los tiene en cuenta y hay quien no. Dan cierto glamour. Sólo se expresan en segundos los científicos y los astrónomos, el resto de la gente suele omitirlos. De igual forma, los acentos son muy tenidos en cuenta por los lingüistas, pero para los camioneros son totalmente prescindibles.
Los minutos son letras que al unirse forman palabras (léase horas) y así se va construyendo el texto y la vida: frase a frase, día a día.
Cada mes forma un párrafo y es conveniente poner un punto y aparte para que nos quede un texto claro y bien estructurado.
Al llegar a fin de año entendemos que hemos acabado un capítulo de esta novela-vida, así que pasamos página y volvemos a contar: otro minuto, otro día, otro año.
Pero lo bonito de la vida es cuando uno se olvida del reloj y adquiere una manera propia de medir el tiempo. Es el caso de los enamorados, que siguen el tictac que les marca su propio corazón. La vida entonces ya se cuenta por unidades de amor tuyo (1).
Según el calendario por el que nos regimos en esta parte del planeta, mañana entramos en el año 2000, y yo no me acostumbro. El 2000 me sigue sonando a peli del espacio y pistolas láser. Pero quizá es buen momento para reflexionar sobre lo escrito (o vivido) hasta ahora. Con treinta y tantos “capítulos” a las espaldas, antes de pasar la hoja el 31 de diciembre uno puede escribir: “Fin de la primera parte”, y preguntarse si la botella está medio llena o medio vacía. Encender un cigarrillo y fumar pausadamente, como un artista ante un cuadro en plena creación, estudiando la geometría de la obra y si la combinación de colores es adecuada (aún es posible rectificar, si es que la vida nos deja).
Quizá sea aconsejable hacer esta pausa antes de continuar, y digo continuar porque mañana no empieza nada. El agua no ha dejado de correr a pesar de que nos propongan tirar la casa por la ventana, aunque nos impongan hacer un “reset” en nuestras vidas, aunque hoy tengamos que pasarlo bomba obligatoriamente. Todo seguirá igual o casi igual aunque esta noche ingenuas muchachas se emborrachen con champán y estrenen braguitas rojas, aunque tengamos grandes propósitos de enmienda y mandemos una limosna al telemaratón. El agua seguirá corriendo tal y como lo hacía antes:
Los telediarios abrirán con los mismos titulares de siempre: la política, la bolsa, la guerra, el fútbol. Los novios seguirán aprovechando la oscuridad del cine para besarse. Seguirá habiendo mujeres y hombres buenos, dando una esperanza a la humanidad. Los perros ladrarán a la luna hasta quedar exhaustos. Las llaves agujerearán los bolsillos de los pantalones, preferiblemente los de los yonkis (los yonkis siempre pierden las llaves). Los amantes se verán en secreto y buscarán una dudosa intimidad en calles periféricas. Y habrá ratitos de risa y habrá ratitos de llanto y no nos faltará la llamada de un amigo por nuestro cumpleaños. Y un hombre gris se planteará de repente que tal vez no sea tan malo hacer trampas a las cartas, y un día volverá agotado del trabajo, después de traicionar, por un fruto que apenas le convence (2). Quinceañeras lacias enamorarán a los conserjes; y el Gobernador Civil, al menos de momento, tendrá que seguir mirando bajo su coche cada mañana, porque con tender la mano no basta, hay que estrecharla. Los enamorados seguirán contando el tiempo a su manera y llegarán tarde a casa. Las beatas desatarán sus lenguas y pondrán verdes a las chicas yeyés del barrio. Y nos pondremos tristes al mirar las fotografías y vernos tan alegres en el pasado (las fotos conservan la alegría, nosotros no). Las camareras seguirán flirteando con los clientes: hombres solitarios que se refugian en el coñac. El alcohol proporciona una forma de energía que suele identificarse con la alegría, aunque, por supuesto, no es la alegría (3). Y todos alzaremos nuestras copas, sosteniendo así también en alto la esperanza, pero inmersos en ese júbilo ficticio, intentando olvidar tristezas propias y ajenas.
Y mañana, cuando acabe la Gran Fiesta del Milenio y las muchachas vuelvan a casa, ya de madrugada, verán a un yonki sentado junto al portal (sin llaves y exhausto), porque cuando duerman los perros, los yonkis seguirán ladrándole a la luna.
(1) Jaime Gil de Biedma - Las personas del verbo
(2) Luis García Montero - Completamente Viernes
(3) Miguel Delibes - Señora de rojo sobre fondo gris
Manolo Martín
31 de diciembre de 1999
31 de diciembre de 1999
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