Ni por un momento pensé en un principio, con todos los respetos, que tan famosos libros en tan poco tiempo iban a causar tanto revuelo, mucho menos que me hicieran ir prácticamente corriendo a la librería para comprar los tres a la vez sin saber si me gustaba uno siquiera.
Así empieza el fenómeno Moccia. No se puede subestimar. Una vez lo hice y reconozco que ni las novelas, sin ser brillantes, son malas, ni aburren al lector, mucho menos.
Federico Moccia irrumpió en España con su best-seller Perdona si te llamo amor, título sorprendente y llamativo para una novela romántica a todas luces, que es la que me queda por leer y que fue de las tres más conocidas A tres metros sobre el cielo (2004), cuya continuación es Tengo ganas de ti (2006) la publicada el pasado año, tan célebre, que rápidamente las otras dos anteriores también fueron publicadas en España, o si ya lo estaban y eran ignoradas, se presentaron bajo un formato mucho más atractivo, e incluso con la compra de uno de los libros se obsequiaba al lector con una agenda.
Lo sorprendente no es en realidad que gusten las novelas de Moccia. Tal vez en la cercanía del lenguaje, los sentimientos y las historias de los jóvenes estriba su éxito. Todo el mundo necesita sentirse comprendido, mucho más los adolescentes, y más aún cuando se siente esa soledad que nadie es capaz de consolar y que avergüenza tanto confesar: la añoranza del amor de pareja.
La naturalidad y el romanticismo, también el dolor, las meteduras de pata, en fin, la realidad, se impone en las novelas de Moccia y es, en definitiva, el sentirnos identificados como humanos lo que nos hace seguir devorando páginas. Las situaciones divertidas no son nada desestimables, así que para pasar buenos momentos los recomendaría sin dudarlo.
Llama poderosamente la atención todo el revuelo que ha levantado el vetusto puente Milvio en Roma.
En Tengo ganas de ti, los protagonistas sellan su amor mediante un símbolo. Parece que los italianos y demás extranjeros han decidido imitar este gesto de amor eterno y se ha sucedido de todo: desde conflictos políticos que aprovechan el momento (unos apuestan por la retirada de los símbolos, los de la oposición, no), hasta el punto de hacer peligrar con tanto peso de pequeños candados (de eso se trata, escribir nombres sobre un candado, cerrarlo allí y tirar la llave al río Tíber) al mismísimo puente, así que en las webs oficiales podemos cerrar nuestro propio candado con mensaje y todo. Un lujo del que no todos pueden disponer: viajar a Italia y volver en menos de diez minutos para prometer amor eterno.
Increíblemente práctico.
Increíblemente de nuestros tiempos en este mundo.
Así empieza el fenómeno Moccia. No se puede subestimar. Una vez lo hice y reconozco que ni las novelas, sin ser brillantes, son malas, ni aburren al lector, mucho menos.
Federico Moccia irrumpió en España con su best-seller Perdona si te llamo amor, título sorprendente y llamativo para una novela romántica a todas luces, que es la que me queda por leer y que fue de las tres más conocidas A tres metros sobre el cielo (2004), cuya continuación es Tengo ganas de ti (2006) la publicada el pasado año, tan célebre, que rápidamente las otras dos anteriores también fueron publicadas en España, o si ya lo estaban y eran ignoradas, se presentaron bajo un formato mucho más atractivo, e incluso con la compra de uno de los libros se obsequiaba al lector con una agenda.
Lo sorprendente no es en realidad que gusten las novelas de Moccia. Tal vez en la cercanía del lenguaje, los sentimientos y las historias de los jóvenes estriba su éxito. Todo el mundo necesita sentirse comprendido, mucho más los adolescentes, y más aún cuando se siente esa soledad que nadie es capaz de consolar y que avergüenza tanto confesar: la añoranza del amor de pareja.
La naturalidad y el romanticismo, también el dolor, las meteduras de pata, en fin, la realidad, se impone en las novelas de Moccia y es, en definitiva, el sentirnos identificados como humanos lo que nos hace seguir devorando páginas. Las situaciones divertidas no son nada desestimables, así que para pasar buenos momentos los recomendaría sin dudarlo.
Llama poderosamente la atención todo el revuelo que ha levantado el vetusto puente Milvio en Roma.
En Tengo ganas de ti, los protagonistas sellan su amor mediante un símbolo. Parece que los italianos y demás extranjeros han decidido imitar este gesto de amor eterno y se ha sucedido de todo: desde conflictos políticos que aprovechan el momento (unos apuestan por la retirada de los símbolos, los de la oposición, no), hasta el punto de hacer peligrar con tanto peso de pequeños candados (de eso se trata, escribir nombres sobre un candado, cerrarlo allí y tirar la llave al río Tíber) al mismísimo puente, así que en las webs oficiales podemos cerrar nuestro propio candado con mensaje y todo. Un lujo del que no todos pueden disponer: viajar a Italia y volver en menos de diez minutos para prometer amor eterno.
Increíblemente práctico.
Increíblemente de nuestros tiempos en este mundo.
3 comentarios:
Oh l'amour!
Candados de amores sellados, llaves en el fondo del río, un puente como soporte de miles de historias con nombres propios.
Las palabras transforman el mundo.
Un beso, petitona.
Un beso, Jaime. Es verdad que el amor deja estragos, huellas, nos hace realizar locuras, en fin.........
¿No pusimos nosotros acaso nuestro candado???? ;-P ja,ja,ja,....
Yo me esperaba más del fenómeno Moccia pero bueno...
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