Diciembre y veintiuno.
Llamaradas de yedra
han enredado mi
torreon de tristeza.
Diciembre y veintiuna
campanadas que aprietan
todavía -dogales-
mi garganta de niebla.
Alto corcel de sombra,
anunciador, se lleva
sobre su piel de lluvia
mi dorada paciencia.
El invierno entreabre
su libro; se me cierra
mi libro; la penúltima
hoja gris se descuelga.
Dejadme en la llanada:
Me hace bien, cuando nieva,
tanto golpe de nieve
sobre mis alas secas.
Carlos Murciano
Ángeles de siempre (1958)
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