Los vecinos salieron a la calle a contemplar el eclipsey se sintieron pequeños.
Tan pequeños y ridículos como las uñas de sus manos.
Ingrávidos, sólo parpadeaban, esperando una respuesta.
Sólo el profeta enfermo les calmó con sus palabras.
Abandonaron sus escafandras, sus pesos, sus guantes insensibles.
Los perros dejaron de ladrar.
La luna se hizo dueña de la luz del sol, estallando de júbilo para las naciones dormidas.
¡Despertad! -les gritaba.
La borrachera de sentimientos finalizó con sabor a mar salado en el aire.
Los pintores dejaron testimonio de lo ocurrido, con trazos firmes y severos en el lienzo.
Los poetas escribieron, hasta caer rendidos de nuevo en el anonimato.
El profeta desapareció para siempre.
Soló volvería cuando la humanidad volviera de nuevo a sucumbir a la locura.
Comenzó la cuenta atrás.
Jaime López©2008
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