Los trenes pasaban trepidantes; temblaban las paredes y retumbaban las ventanas; la oscuridad iba penetrando en el cuarto, una oscuridad parda, lúgubre, gélida, y Josio seguía fantaseando erráticamente por lejanos países, por mares inabarcables, por ciudades magníficas y prodigios inefables.
Josio trabaja como vendedor de billetes en una estación de tren de provincias y, como de costumbre, permanece ante la ventanilla absorto en esta labor monótona y cotidiana: escucha las demandas, alcanza los billetes desde un estrecho compartimiento, los sella, los entrega, recoge el dinero y devuelve el cambio. Y lo hace rápida y aplomadamente, con una gran parquedad de movimientos, como un autómata, mientras, ahogado por el traqueteo de los trenes, consigue olvidarse paulatinamente de sí mismo y construye castillos en el aire. Su principal sueño: viajar, tiene que viajar. No siempre ha sido vendedor de billetes.
Estos son los pilares sobre los que Reymont construye esta magnífica novela en la que este Premio Nobel polaco, de estirpe naturalista, alcanza con gran maestría a dotar, una vez más, a su novela de un escenario más simbólico que histórico y nos permite disfrutar de una verdadera delicia de la literatura centroeuropea.
Wladyslaw Reymont
Nació en Kobiele Wielke en 1867 y murió en Varsovia, justo un año después de recibir el Premio Nobel de Literatura, en 1925.
De su obra, la mayor parte inédita en castellano, podemos destacar Komediantka, 1896; Fermenty, 1897; Chlopi, 1904-1909; Nil desesperandum, 1916; Insurekcja, 1918 y Ziemia Obiecana, 1899, publicada en La otra orilla como La tierra de la gran promesa, su libro más emblemático y por el que se le compararía con los grandes escritores y pensadores en la mejor tradición del realismo social y la inquietud moral como Dickens, Zola, Morris, Galdós, Ruskin o Ibsen.
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