Te he dejado a tí tristeza,
largos silencios donde no sabias donde sentarte.
Incómoda ante mí imagen devastada y gris,
no supiste consolarme.
Rompiste un quejido de cristal
para llamar mi atención,
pero no lo escuché.
Tal vez por que me hallaba
en lo mas hondo de mis desgracias, y tú,
joven caprichosa,
deseabas que una de mis manos te acariciara.
Te fuiste encongiendo en mi pañuelo,
bebiéndote mis lágrimas,
y arrugada y vieja
te fuiste muriendo escuchando un llanto.
Mí llanto.
1 comentario:
Muy valiente, Jaime.
Como siempre, extraordinario poema.
Gracias por compartir tus versos.
Un abrazo desde la distancia.
Tu amiga.
Publicar un comentario