Desde hacía algún tiempo, sucedían cosas muy extrañas e inquietantes en la casa. Todas las mañanas, cuando los criados bajaban a la planta baja, hallaban abierta la puerta de entrada.
Una noche en que hacían guardia en la planta baja los dos criados, Sebastián, al ver el rostro de su compañero a la vacilante luz de una vela, dio un grito de terror; Juan estaba pálido como la muerte y temblaba como un convulso.
-¿Qué hay? ¿Qué has visto? ¡Habla! -exclamó Sebastián, lleno de ansiedad.
-¡La puerta de entrada estaba abierta- respondió Juan castañeteando los dientes- y sobre la escalera había una figura blanca que subía y luego... nada!
Sebastián sintió un escalofrío en el cuerpo y se puso a temblar también de miedo. Así, temblando los dos, sentáronse muy cerca el uno del otro y no se atrevieron a moverse hasta que el nuevo día despejó las tinieblas. Entonces subieron a dar cuenta a la señorita Rottenmeier de lo que había sucedido.
La puerta volvió a estar abierta noche tras noche.
La señorita Rottenmeier escribió al señor Sesemann para informarle de que las apariciones nocturnas habían quebrantado la débil constitución de su hija, por lo que eran de temer serias repercusiones.
Dos días más tarde, el señor Sesemann llegó a la puerta de su casa y tiró de la campanilla con toda su fuerza. Clara le recibió con un grito de alegría y el pobre padre se sintió aliviado al ver que ni el buen humor ni la salud de su hija se habían alterado.
El señor Sesemann trató de disipar sus temores acerca de las apariciones, advirtiéndole que se proponía desenmascarar aquella misma noche al farsante culpable de todo.
A las nueve en punto de la noche, llamado por el papá de Clarita, se presentó el doctor Classen.
El señor Sesemann contó todo a su amigo.
Mientras daba tales explicaciones al doctor el señor Sesemann descendió con. él a la planta baja y los dos se dirigieron a la misma habitación en la que Juan y Sebastián habían montado la guardia noches antes.
Dio la una. De pronto oyeron que alguien quitaba la barra de la puerta, daba dos vueltas a la llave y abría. El señor Sesemann, con la mano izquierda, levantó uno de los candelabros de tres bujías, con la derecha cogió un arma y siguió al doctor Classen, que precediéndole, llevaba el otro candelabro y su pistola. Silenciosamente penetraron en el pasillo.
Un débil rayo de luna entraba por la puerta abierta y a su resplandor se recortaba la silueta de una figura blanca e inmóvil.
-¿Quién va? -gritó el doctor con voz formidable, que levantó ecos en el extremo opuesto del pasillo.
Los dos amigos avanzaron resueltamente hacia la figura blanca. ¡Era Heidi, descalza y cubierta sólo con la camisa de dormir!
Los dos hombres miráronla mudos de asombro. El doctor se aproximó a ella y dijo:
-Sesemann, esto es un asunto que me incumbe. Espérame, que voy a llevar a la niña a su habitación.
Al llegar a la habitación de Heidi, el doctor la acostó en la cama, arropándola cuidadosamente. Luego se sentó a su lado, aguardó a que la pequeña se calmara y le habló bondadosamente:
-Vamos, todo está bien ahora. Dime, ¿a dónde querías ir?
-No quería ir a ningún sitio -contestó Heidi-. No sé cómo he bajado, porque de pronto me encontré allí. Todas las noches sueño lo mismo. Me parece que estoy en la cabaña de mi abuelito, que oigo el murmullo de los abetos. Y corro en seguida a abrir la puerta de la cabaña y todo está tan lindo fuera. Pero cuando me despierto, estoy nuevamente en Frankfurt, en esta cama.
-¡Hem!... ¿No te duele nada? ¿La cabeza? ¿La espalda?
-No, nada. Sólo aquí siento una cosa que me pesa como si llevara una gran piedra.
-Ah! ¿Acaso lloras mucho cuando sientes eso?
-¡No, no! No se puede llorar, porque la señorita Rottenmeier lo ha prohibido.
-Debe de ser muy poco divertido estar siempre en las montañas. Te aburrirías bastante, ¿verdad?
-¡Oh, no! ¡Estaba allí tan bien, tan bien!
Heidi no pudo continuar. Empezó a sollozar amargamente.
El doctor se levantó y acarició suavemente la cabeza de la niña.
-Llora, llora, hija mía, que eso te hará bien. Luego dormirás tranquila y mañana, ya verás, todo cambiará. (...)
3 comentarios:
Se acercan días complicados para mi, no por nada, si no por exceso de trabajo, así es que por si acaso no me da tiempo quiero desearte lo mejor para ti y los tuyos, ¡Felices Fiestas!
Un abrazo enorme
Querida laMar,
te deseo que esos dias complicados, se tornen dulces y apacibles para tí y los tuyos. Unas muy felices fiestas y un próspero Año Nuevo.
Un abrazo.
Es evocadora esta entrada. Preciosa. No sé qué te habrá instado a ponerla, pero me ha maravillado. Mis buenos días de infancia, días llenos de sol y lectura.
Cierro los ojos.
Ar.
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