(...) El Ruiseñor voló entonces hasta el viejo rosal que crecía al pie de la ventana del Estudiante.
—Dame una rosa roja —le dijo—, y yo te cantaré mi canción más dulce.
Pero el rosal negó sacudiendo su follaje.
—Rojas son, en efecto, mis rosas —contestó—; tan rojas como las patas de las palomas, y más rojas que los abanicos de coral que relumbran en las cavernas del océano. Pero el invierno heló mis venas, y la escarcha marchitó mis capullos, y la tormenta rompió mis ramas y durante todo este año no tendré rosas rojas. (...)
—Dame una rosa roja —le dijo—, y yo te cantaré mi canción más dulce.
Pero el rosal negó sacudiendo su follaje.
—Rojas son, en efecto, mis rosas —contestó—; tan rojas como las patas de las palomas, y más rojas que los abanicos de coral que relumbran en las cavernas del océano. Pero el invierno heló mis venas, y la escarcha marchitó mis capullos, y la tormenta rompió mis ramas y durante todo este año no tendré rosas rojas. (...)
1 comentario:
Qué cuento tan bello. Nunca lo había leído y me están entrando ganas de leerme el libro que de él tengo de cuentos.
Bueno, verdaderamente desgarra el alma el ruiseñor.
Es que Wilde era de verdad un genio y lo decía, me parece muy bien. La falsa modestia nunca me gustó.
Es tan tierno y sentido el acto del ruiseñor, tan desinteresado, que yo me he enamorado de él.
Gracias de nuevo, Jaime, por encontrar tan bellas palabras que ilustran tu blog. Desde luego nadie como tú para Babia.
Abrazos.
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