Ahora el cine y las novedades editoriales, como informaba el domingo Emma Rodríguez, la traen de nuevo a la actualidad. Sylvia Plath tendrá el rostro de Gwyneth Paltrow como Oscar Wilde tiene para un montón de gente el rostro de Stephen Fry. Nos contarán la historia de amor y desesperación de Sylvia Plath y Ted Hughes, y tal vez eso acerque una mano a los poemas de ambos. Decía Octavio Paz, hablando de Pessoa, que los poetas no tienen biografía. Pero los poetas no sólo no tienen biografía, sobre todo en un tiempo donde importa tanto escarbar en las intimidades, sino que éstas suelen ser sus más peligrosas enemigas.
La de Plath es espectacular y por eso mismo ha aplastado en ocasión su obra despeinada, oscura, también risueña, a veces, con esa risa tremenda de las cosas que dan miedo. En cualquier caso, la que sí fue aplastada durante mucho tiempo fue la obra de Ted Hughes, una de las más personales que se escribieron en el siglo XX. Ya debe ser doloroso que la biografía de uno sea más fuerte que su obra, así que el hecho de que sea la biografía de otro la que aplaste una obra entra ya en lo delirante. Se acusó a Hughes de haber literalmente asesinado a Plath: de repente, algo que resulta tan amargo y cotidiano como abandonar a la esposa y enamorarse de otra persona entraba en campo de los delitos que merecen condena.
En los años finales de su vida, Ted Hughes escribió uno de los grandes monumentos poéticos del siglo XX: Carta de cumpleaños, traducido en España por Luis Antonio de Villena. Es un libro que no se puede leer sin un nudo en la garganta. Va componiéndose ahí la geografía de un alma enferma y de un amor que vale, no era más fuerte que el sol y que las demás estrellas, pero alimentó al poeta con tanta energía como para inmolarse con ese libro. Lo más importante de Carta de cumpleaños es que Hughes le devuelve a Sylvia Plath una biografía verdadera, no una cadena de anécdotas y fechas, sino un mapa de su intimidad. La intimidad de Plath había que buscarla en sus versos, pero los poetas mienten y exageran en defensa propia.
Hughes le devolvió a la misma Sylvia Plath, que, según tantos partidarios de ésta que enviaban anónimos llamando asesino al poeta, se empeñó en borrar de la faz de la tierra aquello que la leyenda le había robado. Ojalá que la película lleve a alguien a Árboles de invierno, a Ariel, a El Coloso -sus libros de poemas- y a Carta de cumpleaños, de Ted Hughes: sería una hermosa victoria de la intimidad de Sylvia Plath contra la identidad que los otros le construyeron.
Fuente: rescatado de un recorte de periódico de El Mundo, por Juan Bonilla, columnista en aquel tiempo en un apartado denominado Las Afueras. Transcrito literalmente. Ignoro la fecha pero debe andar por el año 2004.
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