"Escribir es corregir la vida, es la única cosa que nos
protege de las heridas y los golpes que da la vida", definió el escritor
español Enrique Vila-Matas (n. 1948). En el mismo sentido, sostenía
Albert Camus: "El mundo novelesco no es más que la corrección de
este mundo, según el deseo profundo del hombre".
Escribir parece ser tanto un espacio en el que refugiarse como la propuesta de un estado de cosas que mejore la realidad que nos toca:
"Toda la vida busqué un refugio en las palabras contra los riesgos de la historia", decía el narrador y biógrafo austríaco Stefan Zweig (y ya sabemos que su vida fue amenazada por la historia: como judío fue censurado por la política cultural de Hitler; con el temor de que el nazismo se expandiera por el mundo, Zweig se suicidó en 1942).
"Narrar no solo es significativo porque nos permite asumir o dibujar un destino ajeno, que a la vez nos educa. Es significativo porque ese destino ajeno, gracias a la fuerza de la llama que lo consume, nos transfiere el calor que jamás obtenemos de nuestro propio destino". Conmovedoras palabras del filósofo y crítico literario alemán Walter Benjamin (1892-1940), quien también se suicidó ante el miedo de caer en poder del nazismo.
La autora Clarice Lispector (1920-1977) relacionaba la escritura con una paradoja: "Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende, a menos que se escriba".
Para el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos (1917-2005), la escritura es más bien un antídoto contra los miedos: "Escribo para evitar que al miedo de la muerte se agregue el miedo de la vida".
En cambio, el escritor argentino Isidoro Blaisten (1933-2004) le atribuyó a la escritura una función organizativa: "A lo mejor escribir no sea más que una de las formas de organizar la locura", conjeturó.
Escribir parece ser tanto un espacio en el que refugiarse como la propuesta de un estado de cosas que mejore la realidad que nos toca:
"Toda la vida busqué un refugio en las palabras contra los riesgos de la historia", decía el narrador y biógrafo austríaco Stefan Zweig (y ya sabemos que su vida fue amenazada por la historia: como judío fue censurado por la política cultural de Hitler; con el temor de que el nazismo se expandiera por el mundo, Zweig se suicidó en 1942).
"Narrar no solo es significativo porque nos permite asumir o dibujar un destino ajeno, que a la vez nos educa. Es significativo porque ese destino ajeno, gracias a la fuerza de la llama que lo consume, nos transfiere el calor que jamás obtenemos de nuestro propio destino". Conmovedoras palabras del filósofo y crítico literario alemán Walter Benjamin (1892-1940), quien también se suicidó ante el miedo de caer en poder del nazismo.
La autora Clarice Lispector (1920-1977) relacionaba la escritura con una paradoja: "Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra como un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día que se vive y que nunca se entiende, a menos que se escriba".
Para el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos (1917-2005), la escritura es más bien un antídoto contra los miedos: "Escribo para evitar que al miedo de la muerte se agregue el miedo de la vida".
En cambio, el escritor argentino Isidoro Blaisten (1933-2004) le atribuyó a la escritura una función organizativa: "A lo mejor escribir no sea más que una de las formas de organizar la locura", conjeturó.
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