De un árbol se desprende una hoja que lentamente, meciéndose al son de la suave brisa marina, va cayendo hasta posarse sobre el suelo, justo al lado de una moneda que una mano se apresura a recoger. La moneda cae en un bolsillo de un gabán, al abrazo de una minúscula llave que abre una taquilla de la estación que está en la siguiente esquina y contiene una bolsa de viaje, dejada allí hace un tiempo, repleta de ropa. Tocando al fondo de esa bolsa, yacen, casi olvidados unos guantes que un día de un agonizante invierno, ahora remoto, cubrieron una mano suave y blanca, que, acariciando un árbol, hizo nacer una hoja.
Jezabel Goudinoff
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