El niño llora desconsoladamente en la peluquería, contemplando como van cayendo sus cabellos, y una brisa intrusa que entró de una ventana, roba un pequeño pelo. Lo transporta a la calle principal de mi ciudad, -esa donde vivo-, reposando el cabello sobre un tomate del mostrador de Don Hilario. Una mísera mosca, algo miópe, rapta el pelito en un arrebato y le muestra en las alturas mi ciudad, -esa donde vivo-. El vello se deshace de su captor dejándose caer por una chimenea. La cocina del restaurant es un circuito de nervios. De un rebote imprevisto el viajante piloso cae en un plato, y es trasladado al comedor. ¡Camarero! –exclamo irritado- ¡Hay un pelo en mi sopa! Me despido del osado filamento con desdén. Su viaje vuelve a iniciarse de un tormentoso soplido del camarero. Aun queda mucho que visitar de mi ciudad, -esa donde vivo-.
Jaime López
12 de junio de 2008
12 de junio de 2008
2 comentarios:
yo habia pensado que en Babia no había cabellos.
saludos Babia
Te sorprendería saber las cosas que hay en Babia. Estas invitado a volver a descubrir mas.
Saludos
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