Cayo Julio César |
Retomando una primera selección de célebres despedidas (como la de Sócrates o la de Dante), aquí agregamos otras:
Una de las más famosas de la historia nos lleva a Roma, en particular a Julio César, quien, desilusionado por encontrar al hijo de quien había sido su amante entre los asesinos que lo abordaron en el Senado, exclamó: "¿Tú también, Bruto?".
En su hora final, en cambio, el más egocéntrico Nerón exclamó al parecer: "¡Qué artista muere conmigo!".
Con delicadeza femenina, Ana Bolena, condenada a ser decapitada por falsos cargos presentados por su marido, el temible rey Enrique VIII, prometió a su verdugo: "No le dará ningún trabajo: tengo el cuello muy fino".
Las palabras finales de dos importantísimas figuras en la conformación de los modernos países de América Latina (durante el siglo XIX) indican similar tristeza y frustración. Bolívar expresó un lapidario: "He arado en el mar". Y Manuel Belgrano se lamentó: "¡Ay, Patria mía!".
Al ser encontrado en su refugio donde se mantenía escondido, Ernesto Che Guevara instruyó al sargento que iba a dispararle: "Póngase sereno y apunte bien: va usted a matar a un hombre" .
Pasando al mundo de la literatura, el crítico literario Marcelino Menéndez Pelayo evaluó: "¡Qué pena morir, cuando me queda tanto por leer!".
Pragmático, Lewis Carroll ordenó a su enfermera: "Quíteme esta almohada. Ya no la necesito". François Rabelais también trató de mantener el control: "¡Que baje el telón, la farsa terminó!" .
Para terminar y a diferencia de todos los casos anteriores, el escritor Henry James mostró cierta expectativa; dijo, presumiblemente con algún alivio, "Al fin, esa cosa distinguida".